sábado, 28 de agosto de 2010

¿Cómo escapan los otros de las bombas?

Amanece. La hierba retiene gotas del rocío. Un milagro diario que se condensa en esferas perfectas, mundos de agua sobre la superficie verde de las hojas. Un suspiro de aire transformado en gota, líquido aparecido de la brisa.
Me acerco y succiono. Noto la tensión superficial del agua. Como una pared blanda y a la vez fuerte. La gota se abomba, parece escurrirse, huir de mis ansias de beber, hasta que consigo romper su pared resbaladiza... y bebo.

Una gota pende alargada de la punta de otra hoja. Tiembla indecisa. No sabe si esperar a ser absorbida por el sol que se levanta, o caer y hundirse en la tierra. Si volver al aire o dejarse llevar por la gravedad que la llama. Un estruendo lejano la hace caer. Me escondo. El mundo vuelve a vomitar ruidos y explosiones. Llegan de lejos, pero se acercan muy deprisa. Caen del cielo, haciendo temblar todo, quemando a su alrededor lo que encuentran. Dejan cráteres inmensos donde antes había vida, aniquilando millones de seres con cada una de sus cargas. Matando.

Ya no quedan gotas de rocío. Un nuevo golpe cercano, seco, duro. Sólo que esta vez no mata. Me acerco y subo, pared arriba, por el despojo caído. Siento el calor que exhala y su quietud. Unos ojos perdidos me observan, o miran al cielo, o a la nada. La boca abierta pronuncia silencios. De la punta de sus dedos, cuelga una gota alargada, escarcha roja que tiembla por el eco de otro estruendo lejano. No. Aquí no hay rocío. Me vuelvo a mi planta.

sábado, 21 de agosto de 2010

Albañiles


Aquí dejo un pequeño homenaje a los que son capaces de crear espacios. En sus manos, las herramientas toman vida y dan el golpe exacto, con la fuerza precisa. Tienen el don de hacer. A veces, uno tiene la suerte de dar con una de esas personas que son capaces de hacer con sus manos casi cualquier cosa. Es fabuloso. Imaginan y vuelven palpable lo que antes sólo era imagen en sus cabezas. Los ves coger las herramientas, en silencio, moverse con rapidez y precisión. Golpear, romper, cincelar, amasar, apilar, colocar, medir cortar,... Cada gesto, cada movimiento repetido, cada giro de muñeca, colabora en la ejecución de un plan predeterminado. Se quedan quietos a veces, mirando detenidamente las líneas creadas, localizando imperfecciones invisibles, desniveles inapreciables. Pasan la mano sobre la superficie y palpan las arrugas que han de ser eliminadas, aplican algo de masa y allanan. Líneas rectas, planos perfectos. Son los albañiles, como los masones de la edad moderna, los constructores, los hacedores de espacios. Siempre me han llamado la atención.

¿Qué sería de los arquitectos sin los albañiles? Tal vez, yo sería capaz de imaginar mi casa. Incluso de dibujarla. Podría haber estudiado y ser un arquitecto afamado. O uno del montón. Diseñaría edificios, casas, estadios, iglesias o mezquitas, campos de fútbol o parques,... pero quedarían todos encerrados en archivos digitales, en planos y dibujos.

Es apasionante ver como crece una casa. Como las imágenes de construcciones tomadas, condensados varios meses en a penas tres minutos. Las grúas suben, crecen como árboles que se dieran prisa por alcanzar la luz. Las paredes se elevan con la rapidez artificial del tiempo condensado. Los obreros son hormigas veloces que siguen caminos sólo visibles para ellas. Y todo, absolutamente todo, surgiendo mágicamente de las manos de los albañiles.

sábado, 14 de agosto de 2010

viernes, 13 de agosto de 2010

Cuando vuelva con los dinosaurios...

Llegará el momento de volver con los dinosaurios, como Fontanarrosa, que aún acaba esperando y no se han ido. Y es que no más aquí quedamos, como quedaron ellos, atestiguando la vida, la porción de vida que les tocó vivir.

¿Qué hubo antes?. Nunca ha existido el antes, porque las palabras no llegaron sino para confundir, para delimitar, constreñir. Somos un contrasentido. Manifestamos la conciencia de la materia. Somos biología soñante, cuerpos hechos del mismo material que los sueños (Esto ya lo dijo Shakespeare antes). Lo que ocurre lo guardamos y se nos transforma en la memoria. Ya no existe. Nos vamos, nos iremos como se han ido millones. Como se van todos los seres que habitan este mundo.

Tú pretendes un cielo hecho de palabras. Es el engaño de nuestra mente. La rebeldía inmaterial de lo que no llega más que con el ímpetu de la fuerza vital y se muere, se agota, se derrumba al final. Quisiera creer en el reencuentro. Sobre todo por pensar que siempre podré tener la caricia de mis hijos. Pero presiento que el adiós final será definitivo.



jueves, 12 de agosto de 2010

Los labios de la isla


El mar ha abierto un hueco en el acantilado, cerca de la playa, como si de un vientre abierto al océano se tratase. Es un espacio al que se puede acceder solamente cuando la marea esta baja. Justo cuando la atracción de la luna es menor sobre este lado de la Tierra. Día tras día, durante años, durante siglos, durante milenios, millones de años, el mar ha ido azotando el lugar; lamiéndolo a veces con delicadeza, mordiendo con furia otras veces. Ha ido a buscar el lugar exacto donde cincelar el hueco a la isla, horadando incansable, extrayendo los finos granos de la roca, ahora convertida en arena. Ha dibujado un perfil de dos labios retorcidos, dos inmensos labios verticales, ahuecando la matriz donde penetrar repetidamente, interminablemente, al ritmo implacable de las olas. El océano y la isla, el mar y la roca.

Yo he estado dentro. Dentro se siente uno como en el útero pétreo de la isla. Me siento cobijado, seguro, insignificante, vulnerable. Oigo los latidos rítmicos de la roca, o los imagino. Escucho el flujo eterno de las olas, sus acometidas, sus retiradas, ahora suaves y delicadas, rozando a penas los bordes abiertos de los labios rocosos. Los puedo entonces imaginar en el frenético instante de las embestidas oceánicas. Cuando el mar embrabecido, excitado, arremete con furia una y otra vez, una y otra vez, llenando el hueco con un fluido blanco de espuma y sal, ocupando todo el espacio, retrocediendo solo para buscar un nuevo empuje de olas que se adentre con toda la fuerza del mar y la cubra.

Pero hoy, el mar llega despacio. El sonido brutal de la ola se ha transformado en casi un gemido suave y delicado, un arrullo mantenido, una efervescencia lenta y acompasada, ribetes que apenas llegan y se vuelven al ritmo de un ocáno tranquilo.