La calle era nuestra. Nuestros horizontes se ampliaban cada vez un poco más. Al principio la calle donde vivíamos. Luego la calle de atrás. Más tarde el barranco o la "montaña", una pequeña ladera (una enorme montaña para nuestros ojos de entonces) que se encontraba a las afueras del barrio. Más tarde la ciudad, el centro. Eramos tan libres como el tiempo y los espacios nos dejaban serlo. Libres de cinco a ocho, o a nueve. Libres los sábados por la tarde. Toda la tarde. Eran horas en que marchábamos de casa para descubrir los mundos que nos esperaban, los lugares ignotos del barrio colindante. Horas enteras para nosotros solos, sin adultos a nuestra vera, sin ojos acechándonos, sin padres ni madres que nos alertaran de los peligros que nos acechaban: ¡ya nos encargábamos nosotros de afrontarlos y salir siempre victoriosos!.
Eso que hemos perdido. Los niños de hoy son niños mascota. Los sacamos al parque a que jueguen. Los llevamos a la playa y les buscamos guarderías de tarde donde realizar deportes o actividades educativas. Les compramos lo último y los llevamos a la cama por las noches. Están siempre con nosotros. Dependen todo el tiempo de nosotros.
Tengo en casa una tortuga. En un terrario - pecera. Allí está siempre, dando vueltas. Me mira. La miro. Se pone nerviosa y sé que tiene hambre. Le echo algo de comer. Me mira. Se da la vuelta y come. Hasta mañana, le digo. Me vuelve a mirar. Y me acuerdo de mis hijos.
domingo, 19 de abril de 2009
martes, 14 de abril de 2009
Guayadeque
A los regazos de la tierra.
A contemplar horizontes verticales
y bordear las huellas
milenarias de los árboles,
a recoger lavandas y prenderlas
de los contornos áridos
que me envuelven...
La tierra se revuelve,
se agrieta, se eleva y se abisma,
surge en oleadas basálticas
y se serena en campos y espigas.
Me asomo y vuelo,
cruzo el límite y alcanzo escarpes,
me elevo, caigo, busco lugares
donde apaciguar el ímpetu
de cada uno de mis costados...
y duermo al fin.
A contemplar horizontes verticales
y bordear las huellas
milenarias de los árboles,
a recoger lavandas y prenderlas
de los contornos áridos
que me envuelven...
La tierra se revuelve,
se agrieta, se eleva y se abisma,
surge en oleadas basálticas
y se serena en campos y espigas.
Me asomo y vuelo,
cruzo el límite y alcanzo escarpes,
me elevo, caigo, busco lugares
donde apaciguar el ímpetu
de cada uno de mis costados...
y duermo al fin.
miércoles, 1 de abril de 2009
Praga
Praga no es una ciudad, son dos, tres y hasta cuatro ciudades juntas. Es la ciudad vieja, la ciudad nueva, la ciudad judía, la ciudad pequeña,... Tiene un castillo que no es castillo, es un conjunto de palacios, iglesia, casas que se han unido en lo alto de la colina, con sus calles y sus plazas. Tiene una muralla que no la defiende de nada, que no separa nada, la muralla del hambre. Un muro construído por personas que pagaban su alimento con un trabajo simbólico: construir un muro, a las afueras de la ciudad vieja. Praga es la ciudad del oro, de la luz, en una tierra fría y gris. Es la ciudad dividida y unida por el Moldava. Una ciudad bella, pero hundida aún en los resquicios de la historia que le ha tocado vivir.
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