martes, 12 de mayo de 2009

Amistades

Con el tiempo, supe que aquellos abrazos eran el lugar donde yo habitaba, mi verdadero hogar.

Cuando uno nace, nace de otros, porque otros te traen y otros te reciben. Eres un anexo, sin voluntad propia, sin consistencia, una parte de otra parte. Luego creces y un día decides alargar el brazo y acoger a gente que pasaba por allí. Es nuestro segundo nacimiento, el renacer al mundo. Yo lo hice de la mano de algunos amigos. Así, cada vez que me encuentro con alguna de mis amistades de entonces, siento en su abrazo como una vuelta al sitio de donde vengo, a mi lugar de procedencia. A la patria verdadera.

jueves, 7 de mayo de 2009

Roque Grande

El Roque Grande me vio pasar junto a él hace ya algunos años. Desde entonces, le profeso una gran admiración y un profundo respeto. Es una garganta de fuego petrificada, el resto pétreo de una chimenea volcánica, la señal que dejó un antiguo volcán de mi tierra. Lo veo como un dios perfecto. Un lugar donde acudir. Un sitio mágico.

Hace poco pasé cerca y no puede evitar el pararme un segundo para mirarlo de nuevo, esta vez enramado como nunca de primavera, con ese azul veteado de nubes, engalanado, como los tronos de santos de la Semana Santa. Aquí no hay tambores que redoblen, no hay lutos ni capirotes, ni imágenes de sacrificios, nazarenos, vírgenes dolientes, cruces... No hay cánticos más allá de pájaros y vientos. Pero está mi verdadero credo, mi emoción, mi sentimiento más religioso. Todo ha renacido. No ha hecho falta rezos ni adoraciones. Ha vuelto la retama, siguen el pinar y Roque Grande, el cielo ha amanecido luminoso. La luz penetra la atmósfera límpida y acrecienta los colores. Todo está. Hubo muerte y resurrección ante nuestros ojos. Siempre la hay. No es necesario ese Cristo. Tengo mi Roque Grande. Siempre.

martes, 5 de mayo de 2009

Delara Darabi

En su cabeza solo tenía el amor. La locura de la juventud que nos envuelve y nos hace dueños del mundo. Cometió el error de creer en quien le decía que la quería. Un error que acabó con una vida y que le supuso la cárcel.

Tenía el gen que hace de las mujeres los seres más fuertes de este mundo: el del sacrificio. Le pidieron que cogiera las riendas del destino, que se bebiera de un sorbo toda la culpa, y por él lo hizo.

Luego solo tuvo que llegar el verdugo en forma de Estado. La pena de muerte aplicada de una forma cobarde, más vil aún si cabe. Sin aviso. Por sorpresa. Sin posibilidad de defensa. El asesinato, éste sí, a conciencia y sin ser castigado. ¿Cómo condenar a muerte a un Estado que mata a una persona acusada de homicidio?. ¿Cómo es posible que una muerte no sea culpable de otra muerte, sin que la secuencia no termine nunca?.

Delara Darabi es un nombre que ya no tiene cuerpo. Éste, su cuerpo, quedó colgado de la soga en un asesinato público el pasado 1 de mayo.