viernes, 18 de diciembre de 2009

A mi padre

Capa a capa se forma el tiempo,

se alejan los otoños

y llegan los inviernos.

Capa tras capa, se acumulan tiempos

se forman veredas, muros, angostos

barrancos , cercos.

Fue al final que cayeron todos,

tras un viaje de vuelta hacia la inocencia

se desligó del peso absurdo

de los rencores

y dejó atrás la conciencia

para volver de nuevo a ser un niño.

Dejó atrás los débitos

que nunca fueron ciertos,

las rentas olvidadas de un amor ya viejo,

el peso absurdo de los hilos

gastados por las pretensiones,

la soledad forzada,

la desazón del abandono...

Lo dejó atrás y con cada trozo de pasado

un poco de conciencia.

Es el precio de la vuelta, el olvido.

Al final, llegó su última sonrisa,

la más limpia, la más clara,

la más sincera.


jueves, 10 de diciembre de 2009

viernes, 27 de noviembre de 2009

Dioses de allá afuera


Cada vez me amarga más este silencio
que no me deja, que se aloja en mis oidos
y me envuelve en un desierto
sólido de palabras huecas.
Ya no es sol el sol, sino una estrella
donde ocurren ingentes reacciones nucleares,
un cuerpo celeste medido,
con un tiempo estimado
y una vida predecida.
Ya no es tormenta la tormenta, ni el trueno
la voz terrible de los cielos
que viene a caer sobre nuestras cabezas...
es viento,
intercambios gaseosos promovidos
por diferencias de presión y temperatura,
física terrible que despeja
cualquier licencia de nuestros sentidos.
Y aunque esto nos dicen los científicos,
a veces miro el sol
y veo el milagro diario
al que divinizaron mis antepasados
y la tormenta me asombra
hasta el punto de ver
al cielo hundido y derrotado,
gritando de dolor por la ignorancia
de los hombres que creen
que un par de años basta
para ser inmortales para siempre.

Otra mirada y vuelve el misterio,
la verdad de sentirse parte y no todo,
de verse átomo, de sentirse célula
que forma parte del universo.

Quizás vuelva después de haber acabado, tendido sobre la hierba,
y recoja en silencio el libro que la brisa hojea,
levante la vista y las estrellas, con el frío de la noche,
me hagan entonces un guiño tililante,
para creer que hay más dioses allá afuera
de los que quieren hacerme creer aquí abajo.

Y los estaré esperando nuevamente.

martes, 24 de noviembre de 2009

Fronteras


Justo al borde entre el mar y la tierra, frontera de isla, de azul y tierra, una línea divide dos mundos, una linea que llega y se va, aparece y desaparece, pero siempre está. Frontera de vuelos, de oxígeno, de aire, de sal. Frontera de pieles y escamas, de pulmones y branquias, de pies y de aletas. Frontera que no divide, que une mundos, que invita, que traspasa y que te llama. La miras, la ves llegar, la traspasas y te vuelves.  La cruzas  mil veces y mil veces te devuelve. Siempre que no existan las palabras. 

Otras fronteras no invitan, no son el punto de unión, no requieren presencias. Son límites, vacíos, separaciones, espaldas, muros. Las palabras cambian de sonidos al borde mismo de la línea, de sonido y significado. Hacen falta documentos para traspasarlas, papeles con un sello que dicen quien eres, pasaportes los llaman. Y surgen las palabras, las que te dejan ir pero no volver, las que te acusan de pronunciar otras palabras, las que te defienden por haber pronunciado las palabras de las que te acusan, las que dicen la verdad de este lado y enfurecen a los del otro lado, las que saltan todas las fronteras y se convierten entonces en un "peligro" que revolotea por las conciencias de los que se encuentran encerrados, y en las de los que creen estar libres. Y las palabras derriban fronteras, y las burlan  y las sortean y juegan con ellas como niñas traviesas en el borde mismo del mar y la arena.

Pero... ¿y si la frontera se vuelve terca?, ¿y si de repente cambia, fluye como la del mar?, ¿y si un día alguien dice: ¡No!, no es esta tu casa, ni tu tierra, ni tu patio?

Alguien dijo un día: ¡Hasta aquí podrás llegar, no más acá!, y colocó la primera línea que dividió la tierra. Líneas que tienen vida propia, que cambian, que desaparecen y vuelven a aparecer un poco más allá. Líneas que alguien borra, que otros dibujan, que muchos custodian y algunos, se saltan. Hemos parcelado el planeta. Pero nos hemos dejado algunos fuera de cualquier sitio. ¿Dónde dormirá Aminattou, que sienta estar en su casa?.



lunes, 16 de noviembre de 2009

Silencios en sepia


Algunas veces, el paisaje se vuelve sepia. Se diluyen los colores, se vuelven a la luz que los repartió en su momento. No son las fotografías las que se añejan. Es el momento. El lugar. Como esta mañana, cuando de repente el pasado volcó su cargamento sobre mis ojos, mis oídos y mi conciencia. La conversación pausada con Manolo, hablar por hablar, por llenar el hueco, por acariciar un poco la estancia con algo más que el silencio, o el viento soplando entre las rendijas. ¡El silencio!. ¡Qué bien más preciado se ha perdido!. La tarde empezaba cuando nos despedíamos, llegaba con el halo plomizo de un tiempo impropio del otoño que nos cobija. Tarde de calor, de tierra seca y aroma a hierba seca, a grano y polvo, a caminos solitarios. Fue un instante de ayer, de cuando se andaban las veredas para salir de la casa y llegar a la labranza. De cuando el paso por los caminos iba siempre acompañado por el claro crujir de las alpargatas en la tierra, o por el rápido zigzagueo de los lagartos bajo las aulagas o los cardones. De cuando al hombre siempre le acompañaba su pensamiento, y con él, el sonido de los otros que nos han acompañado siempre: el cernícalo, el alcaudón, la lagartija, la brisa... El silencio.

domingo, 15 de noviembre de 2009

El abejorro


No era una mariposa como la de la foto. No lo era. Una grácil y ligera mariposa, con sus encantos de hada, con sus alas multicolores, y la fascinación prendida en los vaivenes indecisos de su vuelo. Era un abejorro negro, un abejorro grande y orondo, con unas alas pequeñas, tan pequeñas para su generoso cuerpo, que debía batir con mucha fuerza para conseguir vencer la dictadura gravitatoria de la Tierra. Llegó torpe, como pidiendo perdón. Los abejorros siempre se anuncian al llegar. Te rodean con un zumbido que más que zumbido, pareciera un recitativo, la monodia indescifrable de una plegaria, o el monótono quejido de un cello, o de un contrabajo olvidado y sin orquesta. Llegó, pero no pudo con el juego de los niños, que quieren coger aquello que les entra por los ojos. Cayó medio muerto al suelo, interrumpiendo definitivamente el sonido de sus alas batiendo el aire. Los niños se adueñaron entonces de su existencia, la tomaron para sí, sin miramientos, como ellos son, como actúan siempre. Lo observaron, lo tocaron, lo aprehendieron, lo asimilaron cada uno desde su particular punto de vista. Entre todos, uno habló:

- ¡Todavía está vivo!

Y mientras lo decía, yo observaba cómo las alas perdían su último grado de tensión, y vencía del todo la gravedad terrestre. Aún lo continuaron observando un tiempo. Cuando dejó de moverse, otro niño se acercó y dijo:

- ¡Sí, es verdad, todavía está muerto!

Quisiera creer que la inocencia fuera verdad, que las palabras tornan fórmulas mágicas en bocas de inocentes, que los niños,  como igual que quitan dan, lo mismo hacen sin darse cuenta con sus frases equívocas para el mundo de los adultos. ¿Y si no están equivocados?, ¿y si es así; si es cierto?, ¿y si es posible unir esas tres palabras - todavía está muerto - y que puedan ser realidad?. 

¡Todavía está muerto!, ¡todavía está muerto!. Quedé pensando, sumido en la sencillez de tres palabras, tres palabras que nunca antes habían estado juntas, que se unieron de repente en la boca tierna , llena de vida, de un niño, y que fueron lanzadas al aire sin más, sin intención, sin miramientos ni sentidos torcidos o intenciones... para formar una frase imposible...¿o no?

Tomé la mano del niño, para que volviera a jugar con otros niños, y al volver la mirada...

viernes, 6 de noviembre de 2009

La memoria


La memoria es espiga y sol,
campos de trigo y avena, prados que reparten luz
antes si quiera de ofrecer el alimento.
Es instante de fuego azul
y un canto perdido entre el cielo,
las nubes, las sombras de la tarde, del sur
cansado y del poniente su fragor.

Vuelan, se diluyen las palabras
en trazos indecisos, perdidos
tras una infancia ajena a los dedos temblorosos.
Signos que danzan en el frío,
manos, dedos inciertos, ausentes, solos.
Ya no brotan de ellos puentes, árboles, ríos,
campos de avena y trigo, ocasos ni mañanas.

Es el espejo sucio de la estancia,
la ventana atorada, la puerta equivocada, el baúl
olvidado y ajado, con su cerradura
corrompida de tiempo y orín, la pus
del tiempo, infecto, lívido, que supura
restos desgajados de la piel, el tragaluz
de los días, de todos los días y todas las madrugadas.

Y acaba por ser el pozo
excavado en la pupila que ya no mira.
La mirada que te excruta, que te busca,
que te observa de soslayo, te evita,
y vuelve a encontrar la luna
y no te reconoce, y se aleja y ya no te adivina,
y deja de ser el padre..., ¡que ya no tiene ojos!.

martes, 12 de mayo de 2009

Amistades

Con el tiempo, supe que aquellos abrazos eran el lugar donde yo habitaba, mi verdadero hogar.

Cuando uno nace, nace de otros, porque otros te traen y otros te reciben. Eres un anexo, sin voluntad propia, sin consistencia, una parte de otra parte. Luego creces y un día decides alargar el brazo y acoger a gente que pasaba por allí. Es nuestro segundo nacimiento, el renacer al mundo. Yo lo hice de la mano de algunos amigos. Así, cada vez que me encuentro con alguna de mis amistades de entonces, siento en su abrazo como una vuelta al sitio de donde vengo, a mi lugar de procedencia. A la patria verdadera.

jueves, 7 de mayo de 2009

Roque Grande

El Roque Grande me vio pasar junto a él hace ya algunos años. Desde entonces, le profeso una gran admiración y un profundo respeto. Es una garganta de fuego petrificada, el resto pétreo de una chimenea volcánica, la señal que dejó un antiguo volcán de mi tierra. Lo veo como un dios perfecto. Un lugar donde acudir. Un sitio mágico.

Hace poco pasé cerca y no puede evitar el pararme un segundo para mirarlo de nuevo, esta vez enramado como nunca de primavera, con ese azul veteado de nubes, engalanado, como los tronos de santos de la Semana Santa. Aquí no hay tambores que redoblen, no hay lutos ni capirotes, ni imágenes de sacrificios, nazarenos, vírgenes dolientes, cruces... No hay cánticos más allá de pájaros y vientos. Pero está mi verdadero credo, mi emoción, mi sentimiento más religioso. Todo ha renacido. No ha hecho falta rezos ni adoraciones. Ha vuelto la retama, siguen el pinar y Roque Grande, el cielo ha amanecido luminoso. La luz penetra la atmósfera límpida y acrecienta los colores. Todo está. Hubo muerte y resurrección ante nuestros ojos. Siempre la hay. No es necesario ese Cristo. Tengo mi Roque Grande. Siempre.

martes, 5 de mayo de 2009

Delara Darabi

En su cabeza solo tenía el amor. La locura de la juventud que nos envuelve y nos hace dueños del mundo. Cometió el error de creer en quien le decía que la quería. Un error que acabó con una vida y que le supuso la cárcel.

Tenía el gen que hace de las mujeres los seres más fuertes de este mundo: el del sacrificio. Le pidieron que cogiera las riendas del destino, que se bebiera de un sorbo toda la culpa, y por él lo hizo.

Luego solo tuvo que llegar el verdugo en forma de Estado. La pena de muerte aplicada de una forma cobarde, más vil aún si cabe. Sin aviso. Por sorpresa. Sin posibilidad de defensa. El asesinato, éste sí, a conciencia y sin ser castigado. ¿Cómo condenar a muerte a un Estado que mata a una persona acusada de homicidio?. ¿Cómo es posible que una muerte no sea culpable de otra muerte, sin que la secuencia no termine nunca?.

Delara Darabi es un nombre que ya no tiene cuerpo. Éste, su cuerpo, quedó colgado de la soga en un asesinato público el pasado 1 de mayo.

domingo, 19 de abril de 2009

Los niños mascota

La calle era nuestra. Nuestros horizontes se ampliaban cada vez un poco más. Al principio la calle donde vivíamos. Luego la calle de atrás. Más tarde el barranco o la "montaña", una pequeña ladera (una enorme montaña para nuestros ojos de entonces) que se encontraba a las afueras del barrio. Más tarde la ciudad, el centro. Eramos tan libres como el tiempo y los espacios nos dejaban serlo. Libres de cinco a ocho, o a nueve. Libres los sábados por la tarde. Toda la tarde. Eran horas en que marchábamos de casa para descubrir los mundos que nos esperaban, los lugares ignotos del barrio colindante. Horas enteras para nosotros solos, sin adultos a nuestra vera, sin ojos acechándonos, sin padres ni madres que nos alertaran de los peligros que nos acechaban: ¡ya nos encargábamos nosotros de afrontarlos y salir siempre victoriosos!.

Eso que hemos perdido. Los niños de hoy son niños mascota. Los sacamos al parque a que jueguen. Los llevamos a la playa y les buscamos guarderías de tarde donde realizar deportes o actividades educativas. Les compramos lo último y los llevamos a la cama por las noches. Están siempre con nosotros. Dependen todo el tiempo de nosotros.

Tengo en casa una tortuga. En un terrario - pecera. Allí está siempre, dando vueltas. Me mira. La miro. Se pone nerviosa y sé que tiene hambre. Le echo algo de comer. Me mira. Se da la vuelta y come. Hasta mañana, le digo. Me vuelve a mirar. Y me acuerdo de mis hijos.

martes, 14 de abril de 2009

Guayadeque


A los regazos de la tierra.
A contemplar horizontes verticales
y bordear las huellas
milenarias de los árboles,
a recoger lavandas y prenderlas
de los contornos áridos
que me envuelven...

La tierra se revuelve,
se agrieta, se eleva y se abisma,
surge en oleadas basálticas
y se serena en campos y espigas.

Me asomo y vuelo,
cruzo el límite y alcanzo escarpes,
me elevo, caigo, busco lugares
donde apaciguar el ímpetu
de cada uno de mis costados...
y duermo al fin.

miércoles, 1 de abril de 2009

Praga

Praga no es una ciudad, son dos, tres y hasta cuatro ciudades juntas. Es la ciudad vieja, la ciudad nueva, la ciudad judía, la ciudad pequeña,... Tiene un castillo que no es castillo, es un conjunto de palacios, iglesia, casas que se han unido en lo alto de la colina, con sus calles y sus plazas. Tiene una muralla que no la defiende de nada, que no separa nada, la muralla del hambre. Un muro construído por personas que pagaban su alimento con un trabajo simbólico: construir un muro, a las afueras de la ciudad vieja. Praga es la ciudad del oro, de la luz, en una tierra fría y gris. Es la ciudad dividida y unida por el Moldava. Una ciudad bella, pero hundida aún en los resquicios de la historia que le ha tocado vivir.

martes, 31 de marzo de 2009

Viaje a Chequia

El Moldava. Resulta extraño pisar tierras que antes sólo habían sido imaginadas. Comprobar que más allá de los límites de mi isla, más allá del horizonte, existen otras tierras y otras personas. Es algo obvio. Pero para mí, que a penas he salido de mis barrancos y mis playas, de mi gente, de mis espacios, es toda una experiencia. Más cuando la distancia se recorre en tan poco tiempo. Casi sin tiempo a darte cuenta de que has cambiado de lugar. Casi de repente, te encuentras envuelto en otra atmósfera, rodeado de otro idioma, contemplando otros paisajes y otras ciudades, respirando otro aire, oliendo otros aromas, saboreando otras comidas...

Estuve en la República Checa. Visité el Moldava, un río hermoso. Si bien para mí, cualquier río debe serlo, porque me es inconcebible tanta agua tierra adentro. Visité Praga, una ciudad de cuento y otros pueblos y ciudades, Jince, Pribram, Nizbor, Beroun. Nunca había visto con tanta claridad el efecto de dos maneras diferentes de etender el mundo. Chequia es una tierra de contrastes. Los pueblos y ciudades que visité guardan núcleos urbanos de antes del comunismo, un urbanismo abigarrado en callejuelas, pero alegre, colorido, con casas de tejados imponentes, edificios con personalidad propia, unos altos, otros bajos. Pero también muestran el otro lado, el que llegó con el comunismo, zonas grises, ocupadas por bloques grises, fábricas grises, calles rectas, pueblos uniformados con construcciones demasiado grises para un lugar, que permanece cubierto por el frío y las nubes durante demasiado tiempo al año.

El Moldava, sin embargo, me cautivó. Allí está, discurriendo, como pensando, como observando en sus riberas qué clase de hongo crece y se reproduce que a veces corre, grita y se desboca y otras, como ahora, parece aletargarse.

Y sus gentes. El sonido de las palabras. Gente que no sonríe más allá de lo necesario. Pero que te miran de frente y te ofrecen lo que tienen.

domingo, 8 de marzo de 2009

Gota


Gota de lluvia,
en el silencio suena
y rebosa la fuente

viernes, 6 de marzo de 2009

Lomo Magullo

Aún quedan quienes trabajan la tierra. La siembran, la plantan, sacan de ella el alimento y la cuidan. Parece que ya no existieran, que son una especie en extinción. Son formas de ver el espacio. Hay quienes lo ven siempre a base de cuadrículas, líneas que se entrecruzan para generar solares. Es curioso cómo la tierra se convierte en solar, el campo en zona urbana y el paisaje natural en zonas de apartamentos. Tan sólo hay que trazar una cuadrícula en un plano, y ya está. Cuando hablo con los viejos, los que siguen labrando la tierra, todos dicen lo mismo: La tierra es la vida, la que nos da de comer. Sin tierra no hay nada. Y tienen razón. ¿De qué comeríamos si todos nos dedicáramos a colocar bloques?.

Aún quedan lugares hermosos, como este de Lomo Magullo, en Telde. Lugares donde la tierra forma parte de sus gentes y ellos la cuidan, la riegan, la siembran y la abonan. Cada casa tiene sus macetas, sus parterres llenos de flores que las visten y las aromatizan. Cada uno se ocupa de sus flores. Muchos de ellos, además, se ocupan de sus tierras que llenan de colorido los alrededores del pueblo. Hay senderos, niños que juegan a coger lisas, paredes de piedra seca, árboles a los que subirse y coger algún que otro fruto, vecinos que te conocen y te saludan o que no te conocen, pero que te saludan igual. Lugares con encanto, lugares a los que el progreso ha llegado algo más lento, como dejando respirar un poco a sus habitantes. Y que siga así por mucho tiempo.

martes, 3 de marzo de 2009

Los llanos del polvo (I)

Los llanos del polvo es un lugar tórrido y seco. Un sitio alejado de todo, donde el viento azota continuamente la poca vida que por allí se digna crecer. La tierra se reparte a medias entre un pedregal de lajas y un polvillo marrón, como una nubecilla permanente que viene y va, formando remolinos, corriendo en ráfagas o manteniéndose suspendida en el aire los pocos días en que el viento se toma su descanso y que deja su impronta en el lugar y en sus habitantes. Allí todo se diría mimetizado con la tierra.

No es una llanura en sentido estricto. Se trata de una zona castigada desde siempre por los vientos, limada a fuerza del golpeteo incesante de minúsculos fragmentos de piedra lanzados con fuerza contra la roca, resquebrajadas las coladas de lava por la acción repetida del calor diurno y el frío de la noche que, como cinceles infatigables, van abriendo y venciendo el duro basalto, partiéndolo, agrietándolo, desvastándolo. Es una tierra formada por los restos de esa batalla de millones de años. Un talud suave que recorre varios kilómetros, desde el lugar donde han quedado los restos de las primitivas coladas, formando angostos barrancos encajados en cañones de paredes verticales, hasta la costa.

Al abrigo de una pequeña hondonada, vaguada de las pocas lluvias que soporta este sitio, surgen en medio de tan inhóspito lugar, un grupo de unas veinte casas o poco más, casi invisibles a la vista. Las paredes, antes albeadas a base de cal, tienen ya el color de la tierra. Son casas pequeñas, de una o dos estancias a lo sumo. Hechas con la misma piedra del lugar. Todas mirando al sur, por resguardarse mejor del viento, que sopla las más de las veces del Norte. No hay calles entre ellas, o espacio alguno que pudiera denominarse como tal. Si acaso, algún callejón con el ancho suficiente como para que un hombre pudiera pasar por ella, siempre y cuando no fuera demasiado corpulento. Esto hace que las casas se dispongan casi en un única fila, unidas entre sí tres, cuatro, a veces cinco casas, pareciendo a lo lejos que se tratara de una sola. En el pueblo de los Llanos vive gente humilde. Labriegos, medianeros de unas tierras yermas que, a base de esfuerzo y trabajo, han conseguido hacer fértiles. Juan es uno de ellos.

sábado, 28 de febrero de 2009

Cumple... años

Tenemos el tiempo marcado. Sabemos lo que dura un día, una semana, un mes... Medimos la vida, la hemos partido, dividido en intervalos regulares de algo tan impalpable e invisible como es el tiempo. Ya es el tiempo presente, pero también el pasado y el futuro, que ahora construyo a golpe de teclado. Nadie más sabe qué significa eso que nos hemos inventado, sólo nosotros. El resto del mundo se limita a estar, a vivir o morir, a crear bosques, a formar costas o fluir siempre, a cazar, a ser cazado, a volar, a crecer, a romper la tierra y vomitar fuego, a transformarse misteriosamente en mariposas, a nadar en las profundidades abisales, a esconderse, a saltar y croar,... No existe el tiempo fuera de nosotros, fuera de nuestra mente y nuestra cultura. Si no fuera así, yo hoy no cumpliría años, cumpliría vivencias, cumpliría con la vida. Mi pasado serían sólo mis recuerdos y no los años que tengo y mi futuro, lo que la vida me depare y no los años que me quedan por vivir. Pero seguimos atados a los relojes, al calendario.

Hoy es mi cumpleaños. Por eso sé el tiempo que llevo respirando en este mundo. Por eso, a veces se asombran cuando lo digo: ¡Pues parece que tuvieras....!, porque hasta nos hemos creado estereotipos según las edades. Luego decimos eso de: la edad es la que llevamos por dentro, o tengo ... pero me siento como si tuviera .... Nos enmarcamos en espacios de tiempo y nos comparamos. Les ponemos años a las cosas, a nuestras mascotas, al árbol que plantamos, a los libros que compramos. A todo lo que nos rodea. Es nuestra forma de colocarnos en el mundo.

Bien. Hoy es mi cumpleaños. Y siempre lo celebramos. Y esperamos regalos porque los que nos rodean celebran que sigas con ellos ¡un año más!. Son días especiales, que quieres que sean especiales. Te hacen el horóscopo y te llenan de buenos deseos. Incluso, a veces, ocurren casualidades, azares que queremos pensar que son destinos, o le damos la impronta de mágicos. Como hoy. Alguien a quien no conozco me ha enviado un abrazo, me ha pedido que siga escribiendo, me ha recordado que detrás de la pantalla, en el mundo, hay gente que me espera, aunque no lo conozca... ¡Un buen regalo de cumpleaños!.

lunes, 16 de febrero de 2009

Mi padre anda perdido

Mi padre anda perdido. Lo veo sentado en el sillón, hablando, murmurando no se sabe qué cosas que le pasan por la mente. Esa mente suya que un día decidió ir por su cuenta y empezar a borrar el pasado. Te mira y te sonríe, y cuando te da la mano, la aprieta de manera imperceptible. Entonces entiendo que aún me reconoce.

Pero ya no es como era antes. En algunas cosas, es mejor así. Ya no le pesan las ideas, ya no tiene el mal humor que siempre traía, la cara se le ha relajado y ahora, aunque más viejo, me recuerda más a mi padre, el de cuando yo era un niño. Cuando aún mostraba toda su grandeza, y jugaba conmigo, me contaba cuentos o me cantaba una canción. Es casi lo mismo, sólo que ahora, sólo mira y me aprieta la mano.

Yo creo que eso que tiene en la cabeza, es como un descanso que se han tomado sus neuronas. Ya no querían seguir así, el mundo se les volvió oscuro. Tal vez mi padre no supo tomar el camino adecuado. Cuando uno es pequeño, cree que eso es imposible. Tú le das la mano y sabes que siempre encontrará el camino bueno. Luego te das cuenta de cómo él también se equivoca. Y creo que mi padre se equivocó de camino. En algún momento, por un descuido, o porque no supo elegir, tomó el camino que le llevó a un lugar oscuro y sin salida. Entonces fué cuando sus neuronas decidieron tomar otra senda. Y dejaron atrás a mi padre y sus recuerdos.

lunes, 9 de febrero de 2009

Luna

Un tul perdido y negro,
un velo,
una ilusión fría, lejana,
como luna engañosa
de fosforescencias,
de luz prestada
en el cielo hundido y espeso.

Los grillos tienen la noche,
la reparten, la deshilachan en grillos
que barbotan en ecos
y alcanzan la luna.

viernes, 6 de febrero de 2009

Tiempos

Manolito ha visto pasar el tiempo por su lado. Casi todo el tiempo. Ahora camina tras él, porque ya no le responden las piernas como antes. La verdad es que nunca tuvo prisa. Desde que lo conozco, y de esto hace ya algunos años, siempre anduvo de forma parsimoniosa, sin prisa. A veces se sentaba junto al camino, a contemplar el tiempo, decía. Y yo le preguntaba cómo se hacía eso. El tiempo no se puede contemplar, el tiempo pasa y si lo dejas pasar, no vuelve. Él me miraba con ese aire bondadoso que le caracteriza, pero nunca iba más allá de sus primeras palabras. No es un hombre dado a explicaciones. Ahora, que tengo la edad que él posiblemente tuviera cuando le hacía tan inoportunas preguntas, me siento junto a él y contemplo el tiempo.

jueves, 5 de febrero de 2009

El dientes

En la calle todos lo conocían por "el dientes", mote que se había ganado a pulso cuando, siendo un chinijo, quiso hacer creer a sus convecinos, que su dentadura era más fuerte que las piedras. En aquella ocasión, mientras los chiquillos del barrio lo jaleaban con verdadero entusiasmo, Aniceto comprendió que es más fácil hacer una apuesta que luego cumplirla. Sin embargo, de él podría decirse cualquier cosa, pero nunca se diría que fuera un cobarde.

Mientras se dirigía hacia el lugar donde debía cumplir su desafío, los chiquillos gritaban y reían, todos en una jarana festiva, convencidos de la imposibilidad de que Aniceto llevase a término semejante locura. Los niños, ya se sabe, no tienen graduado el sentido de la realidad. Viven en un mundo irreflexivo, fronterizo entre lo posible y lo imposible. Al llegar, lo vieron agacharse y coger una de las piedras que jalonaban el camino hacia la plaza del pueblo. Y aún así siguieron gritando, felices de ver el juego donde Aniceto acabaría, seguro, por hacer alguna jugarreta a las que los tenia acostumbrados, o simplemente salir corriendo de vergüenza.

"La palabra de un hombre ha de ser solo una", había siempre escuchado decir a su padre. Aniceto dejó caer la piedra al suelo y miró fijamente a toda la chiquillería que se había congregado a su alrededor, ahora enmudecida. De su boca, manaba un reguero de sangre caliente que escupió, junto con los dos dientes superiores, al suelo. Desde entonces, Aniceto, el dientes, ha sido un personaje especial en el pueblo. Para algunos, un pobre loco que nunca supo medir bien donde empieza y donde acaba la realidad. Para otros, simplemente, una persona diferente.

lunes, 2 de febrero de 2009

Riscos de Tirma

Los riscos de Tirma siguen ahí. Enfrentados al mar, surgiendo de él, elevándose de golpe hasta alcanzar el frío y las nubes. Mil metros de acantilados casi verticales, una muralla que defiende a la isla de quienes llegan del Norte.
Mi tierra dio cobijo, antes que a nosotros, a un pueblo perdido: los canarios. Fue un pueblo diezmado por nuestros antecesores, un pueblo que llegó a estas islas no se sabe bien desde cuando y nadie sabe cómo. Un pueblo que desapareció cuando el genocidio no sobrepasaba las fronteras de los vencidos, y sin que a nadie le importara el cómo. Nos dejaron algunas cosas, entre ellas unos pocos nombres, como el de Tirma, los riscos que les perduran. Y un grito terrible: ¡Atis Tirma!, que lanzaron algunos que quisieron sentir el abrazo de su tierra antes que la esclavitud que les ofrecía el conquistador.

Hoy miro estos riscos, los mismos que aquellos anduvieron, los mismos que recogieron sus restos y sus angustiosos gritos de despedida. Y no puedo por menos que sentir un pequeño ahogo, una sensación de grandeza y la atemporalidad de un sentimiento universal: el de pertenecer, como cualquiera, a este mundo.

miércoles, 28 de enero de 2009

Blas el frito

A Blas, parece que se le iba bastante la mano con su mujer. Era un hombre rudo, dominante. Le gustaba hablar siempre alto, para que todo el mundo le oyera. Cuando entraba todas las mañanas al bar de Severiano, la gente se apartaba para dejarle paso. Él entraba siempre con un "¿Cómo anda la gente?", que se oía en cada rincón del bar y hasta en la acera de enfrente. La gente no solía contestar o, simplemente, le respondía con un murmullo bajo y seco, que no pretendía ser saludo, pero que intentaba evitar el silencio molesto y tenso del momento. Allí comenzaba el día de Blas y el calvario de su mujer. Cada vaso de whisky era una bala en la recámara para después, cada cerveza de más, era un acercamiento al punto exacto en que dejaba de ser hombre, para convertirse en un ser extraño, en un monstruo devorador de la felicidad que hubo alguna vez en su hogar.

Inocencia reconocía el ruido exacto de las llaves en la cerradura. El tintineo tembloroso que presagiaba la tormenta, sonaba con demasiada claridad en sus oídos atemorizados. Eran momentos en que todo a su alrededor dejaba de existir. El mundo se tomaba un respiro y se paraba. Nada se escuchaba, excepto la cerradura cediendo. Todo callaba, excepto el leve crujir de la puerta que se abría y creaba una leve corriente de aire, suficiente parar hacer balancearse las hojas del calendario de la cocina, donde Inocencia anotaba diariamente, cuidadosamente, cada golpe recibido, cada insulto proferido por Blas, cada amenaza y cada grito.

Sus ojos se cerraron al mismo tiempo en que escuchó el golpe de la puerta al cerrase con violencia. Al mismo tiempo en que el almanaque cayó al suelo, vencido por la succión terrible del aire vaciado de la cocina, que escapaba hacia el salón y que, con la puerta, salía hacia la escalera, sus manos comenzaron a temblar. Miró el almanaque en el suelo. Unos ojos hermosos, pero terriblemente dolientes, la miraron. La mirada del cristo agonizante que ilustraba el mes de febrero, el mes donde había escrito: "Hoy me has pegado dos veces y gritado miles". Entonces entendió.

Tomó aire, se dio la vuelta y siguió con lo que estaba haciendo. Cogió la sartén y empezó a calentar el aceite para freír las papas que había pelado para la comida. Lentamente, el aceite comezó a perder consistencia por el calor. Inocencia oía cómo se acercaba el monstruo, escuchaba el jadeo incesante de su respiración, el paso cansino y pesado de su voluminoso cuerpo. Escuchó caer las llaves sobre la cómoda de la entrada, el arrastrar de los zapatos dirigiéndose, como cada día, hacia ella, hacia su presa. De reojo volvió a mirar la imagen de su fe, tirada en el suelo, y cerró los ojos. Blas se acercó a ella, torpe, tambaleante. La cogió con fuerza del brazo y la hizo girarse.

Inocencia no soltó la sartén. Giró con más velocidad y fuerza de la que había imprimido el brazo de su marido, que notó desconcertado la falta de resistencia. Acto seguido, un calor intenso recorrió el torso y el brazo levantado de Blas. Cayó al suelo envuelto en gritos de desesperación, con los ojos aterrorizados y un gesto contraído y deformado por una mezcla amarga de sensaciones de incredulidad, temor y dolor. Inocencia lo miraba, impasible, relajada, con la sartén aún en la mano. Con cuidado, se agachó para recoger el calendario y lo colgó en su sitio. Mientras escuchaba los gemidos de su marido en el suelo, pasó las hojas del calendario hasta la fecha en la que se encontraba y escribió: "Más nunca".

Blas volvió al cabo de los meses al bar de Severiano. Cuando llegó, entró en silencio y se sentó en una mesa. Pidió una cerveza y la tuvo allí, delante suyo, todo el tiempo. La miraba en silencio, mientras su mano, marcada por las quemaduras, le daba vueltas y más vueltas. Cuando salió, sin haber tomado un trago de la cerveza, alguien comentó: - ¡Allá va Blas, el frito!.

sábado, 24 de enero de 2009

Soy la tierra y su contorno


Me llegó en invierno,
leve, como si no quisiera pesar,
como la flor del almendro,
como el olvido.
Se acercó caminando
entre hojas perdidas,
descalza, tendida la mano
y granada la boca
de nubes, de vientos, de frío.
Sentí sus labios
derramarse en los míos,
volverse líquido
y buscar como arroyo
el camino incierto
hacia el contorno claro
de la piel renacida.
Hizo lagos
en las palmas de mis manos,
hizo ríos,
torrentes,
cascadas...
¡Quedé dormido!


jueves, 22 de enero de 2009

¿Recuerdas la fotografía analógica?

Recuerdo cuando me regalaron mi primera cámara reflex. Una Pentax analógica, por supuesto, porque en aquel tiempo lo "digital" sólo tenía que ver con los dedos. En aquel entonces, hacer fotografía, era todo un misterio. Salías un día con tu cámara de fotos, buscabas cuidadosamente los motivos que querías fotografiar, seleccionabas el mejor encuadre, ajustabas diafragma y velocidad teniendo en cuenta la luz, la profundidad de campo, el enfoque... Cuando ya todo estaba medido, cogías aire, agarrabas con firmeza la cámara con el fin de evitar el más mínimo movimiento, contenías la respiración y disparabas. Eran disparos de luz, capturadores del instante que quedaba guardado en el interior de tu cámara. A partir de entonces, sólo quedaba esperar. Sí, había que esperar el revelado, el momento mágico en que los líquidos conseguían sacar de un papel blanco, la imagen que habías buscado, seleccionado, encuadrado, medido y capturado.

Salías al mundo con tu carrete de veinticuatro fotografías, a veces de treinta y seis. No valía cualquier foto. No valía disparar a lo primero que se nos ponía por delante. No valía repetir y repetir siempre las mismas tomas.

Sí, es verdad, ahora es mucho más sencillo, más inmediato. Tienes el resultado al momento, puedes seleccionar de todas las que haces, la mejor. Ya no hay que esperar a ver cómo ha salido, Si se quemó, si se desenfocó o si el encuadre no fue lo suficientemente bueno y sugerente. Ahora miras, disparas y ves. Ya no queda la intriga. La espera. Cosas del progreso.

miércoles, 21 de enero de 2009

Gotitas de lluvia para Paula


Estos días ha llovido en mi isla. Aquí bendecimos siempre la lluvia, aunque ahora esté de moda eso de decir que el tiempo está malo cuando llueve. Mi isla no lo cree así. Ella depende de la lluvia. Ya no le queda mucha agua de la que corre por los barrancos. Así que suele estar mustia, como fatigada, desnuda. Ahora no lo está. Se la nota alegre, viva, renaciendo, verde. Ha llovido y lo ha hecho como si alguien estuviera regando su jardín.

Es una bendición esto de la lluvia. Una alegría. Y parece que en ello tiene mucho que ver el abuelo de Paula. Porque, sepan ustedes que, según ella, las gotas caen del cielo y están allí porque Don Alfonso, su abuelo, allí las puso. Un gran abuelo el de Paula, y un señor muy importante. ¡A ver si sigue poniendo gotitas de lluvia en el cielo, para que luego caigan suaves, poco a poco, y mojen la tierra, y haga charcos donde su nieta pueda jugar a saltar y salpicarme!.

jueves, 15 de enero de 2009

Nubes de nieve

Nayara sigue obsesionada con las nubes. En su mente de niña, trata de darles forma, de imaginarse su sabor y su tacto. Su último descubrimiento ha sido revelador: "La nieve, son trocitos de nube"

Y yo me imagino una nube grande, llegando desde el horizonte, cansada de volar, de ser arrastrada por los vientos hasta que logra asirse a un pedazo de tierra. Y allí se queda, ahora transformada en nieve.

Pero es sólo una nube que descansa. Una nube caída del cielo. ¿Y los esquiadores?, ¿sabrán que se deslizan a lomos de nubes caídas?. Habrá que contarles esto que ha descubierto Nayara. Puede ser importante para ellos. A lo mejor, comienzan a sentir que es posible esquiar por el cielo y, quien sabe, puede que hasta nos encontremos a alguno cruzando los océanos, montado en sus esquíes, subiendo y bajando montañas de nubes.

En mi tierra, la verdad, pocas son las veces en que las nubes deciden descansar en forma de nieve. Cuando lo hagan la próxima vez, iré corriendo a verlas, a tocarlas, a saborearlas, por haber tenido entre mis manos nubes de verdad.

miércoles, 14 de enero de 2009

Un pedacito de vida

En un mundo paralelo al nuestro, ajeno a las emociones, depredador y presa escriben una historia única. No hay gestos. No puede haberlos. No están pensados sus cuerpos para eso. Es un acto puro. Una actuación exacta y medida. Limpia.

La vida se fagocita a sí misma. Y muda de lugar. El mero acto de alimentarse, de absorber el pedacito de vida de otro ser, no es mas que un traspaso, una mudanza, un intercambio del impulso vital repartido en millones de seres de la tierra.

En este juego, hay tres perspectivas: la de la araña, que envuelve celosamente al insecto en su tela. La del insecto, que siente el poder inmenso que lo atrapa. La del que observa la avidez de la araña y el infortunio del insecto.

martes, 13 de enero de 2009

Nubes estropeadas


Nayara es una niña de tres años. Cuando la miras, tus ojos se llenan inevitablemente de una sonrisa amplia, generosa, íntegra como sólo puede ser la sonrisa de la infancia. Habla aún a media lengua, esa media lengua que pronto perderá y que en ella, tiene un tono dulce y melodioso, regalo para los oídos de los adultos, cansados ya de la monodia uniformada de las voces que nos rodean.

Hoy, mientras la acompañaba hasta la guagua, Nayara me miró. Señaló al cielo y, muy seria y digna ella, me dice: - "¡ las nubes están estropeadas! ¡El sol las estropeó!".

Una nueva lección recibida. Aún en lo "estropeado", podemos encontrar la belleza.

domingo, 11 de enero de 2009

Porcentajes

¿Qué pasaría si cada día, al despertarnos, nada de lo que hubiésemos vivido hasta entonces nos valiera?, ¿si cada día tuviéramos que comenzar a vivir de nuevo, desde cero, pero con la obligación de llegar siempre más lejos que el día anterior?. ¿Qué oucurriría si cada noche hiciésemos recuento de las palabras dichas, de las promesas hechas, de los kilómetros recorridos...?

El primer día tuviste un encuentro con un amigo, diste cinco abrazos y discutiste tres veces. Además caminaste cinco kilómetros. Mañana, debes mejorar. Un 3% más. ¿Y pasado?, pasado otro 3 % sobre el 3 % anterior. Además podemos hacer que se acumule, lo que supondría un 3% sobre el 3 % del día anterior, más el 3% de ese día. Algo más del 6 %...

Acumular, tener beneficios, medir el avance por el beneficio neto. Si un año tengo menos beneficios que el anterior, despido empleados, no doy créditos, cierro oficinas. No tengo pérdidas. Es que ya no gano tanto como antes. Es el mercado. La crisis.

Hay dos mundos, tres y hasta cuatro. Unos dependen de otros y todos, del primero. Arriba debe haber alguien que suda y duerme como los demás mortales. Solo que cuando se levanta, tiene que ganar más que el día anterior. A costa de lo que sea.

martes, 6 de enero de 2009

Juan Verde

Era niño. Un niño precioso. O así decía su madre, porque la verdad, sólo a las madres les parecen bonitos los niños recién nacidos. Era grande para haber comenzado a respirar hacía tan poco tiempo. Llegó como todos llegamos a este mundo, desnudo, tiritando de frío, pero no lloró. Su madre, una vez lo hubieron limpiado y se lo pusieron encima de su aun abultado vientre, lo acunó y le cantó una canción antigua, una vieja nana que ella recordaba de su madre y que le había llegado desde muy atrás en el tiempo. Y se durmió.

Juanito creció en una casa nueva. Cuando nació, sus padres estrenaron casa, estrenaron coche, estrenaron barrio, muebles... Decían que Juan era para ellos como un mundo nuevo y que, por eso, todo tenía que ser nuevo. Así que Juan creció en ese mundo nuevo que sus padres soñaron para él. Nada podía estar estropeado, nada podía estar arrugado, roto o demasiado usado. Los juguetes, una vez estrenados, quedaban encerrados en un cuarto, donde se iban acumulando año tras año. Jugaba con ellos el primer día. Luego ya eran viejos para él. Cada semana estrenaba ropa. Cada día estrenaba cepillo de dientes, peine y hasta gafas, cuando comenzó a necesitarlas.

Lo mismo hizo con sus amigos. Hasta que se quedó sin ninguno. Luego empezó a sentir cómo todo lo que le rodeaba quedaba marcado en seguida por el tiempo, que las cosas se gastaban, que el uso hacía arrugas, que lo que ocurría en su entorno le aburría siempre, pues ya lo había visto, oído o tocado antes. ¿Dónde estaba esa emoción de descubrir lo nuevo, de abrir paquetes, de sentir la fuerza del primer coche, del primer abrazo, del primer beso..?.

Según iba creciendo, Juanito empezaba a sentirse cada vez más solo. En su casa todo seguía siendo igual. Mejor dicho, novedosamente igual. Muebles nuevos cada mes. Ropa nueva cada semana. Cepillo de dientes nuevo cada día. Amigos... No, los amigos ya no necesitaba cambiarlos. Ni a sus padres, que por definición, ya no podían ser nuevos. Ni a él mismo. ¿Qué pasaba con él?, ¿seguía siendo el mismo?, ¿había cambiado?, ¿se hacía más viejo?... Al principio probaba a cambiar de peinado, a cambiar de gafas, a dejarse barba, a dejarse chiva, a raparse... Al final optó por quitar todos los espejos de la casa.

Todos los días, Juanito escuchaba música antes de dormir. Siempre una canción nueva. Siempre una pieza nueva. Nunca repetía, nunca escuchaba dos veces la misma música. No era su intención el aprenderse la melodía. Sólo quería que el sonido que le llegase, fuera siempre nuevo. Y así se dormía.

Cada semana, bajaba a la tienda de discos del barrio, a comprar nuevos discos. Necesitaba escuchar música para dormir. Aquel día compró un disco que acababa de llegar. Eran canciones populares antiguas, aunque para él eran nuevas. Era eso lo que importaba. Subió a su casa con cierta sensación de euforia. Se deleitó abriendo el disco, escuchando el crujido del plástico que lo envolvía. Abrió las tapas y sacó el libreto primero, que hacía de portada al disco compacto. Lo abrió y respiró el perfume a papel y pegamento, a tinta nueva. Abrió cuidadosamente cada una de las páginas, para oler el perfume a nuevo. A veces, algunas páginas venían pegadas, quizás por haberse guardado con la tinta aún sin secarse del todo. Abrirlas le proporcionaba un placer especial. Ofrecían una cierta resistencia que, una vez vencida, cedían con un crujido característico que le fascinaba. Era como si ese lugar, esas páginas, hubieran sido guardadas expresamente para él. Como abrir un sitio prohibido, o probar la virginidad de una muchacha núbil y hermosa. Era una sensación excitante, cercana al orgasmo. Sacó con cuidado el CD, lo colocó en la bandeja del aparato de música y apretó el botón que lo llevaría a su interior. Después de unos segundos que Juan aprovechó para acomodarse y cerrar los ojos, comenzó a sonar la música.

En la habitación solitaria, el sonido de una nana antigua le llegó a sus oídos. Una canción que, por primera vez, creyó reconocer. Una cadencia de notas sencillas, subía y bajaba, lo mecía en un recuerdo vago, en un lugar ahora extraño y lejano. Le llegaron aromas a leche y a madre. Le llegaron sonidos y latidos, palabras, caricias, unos ojos enormes, pechos goteando la savia dulce de la vida...

Quiso abrir los ojos y salir huyendo, pero no pudo. Comenzó a tener recuerdos. A reconocer lo que le rodeaba. Empezó a sentir que todo, por muy nuevo que fuera, ya había formado antes parte de su vida. La habitación donde todos sus juguetes de niño quedaron sepultados, se abrió repentinamente y un mar de muñecos, cochecitos, tambores, peluches,... desbordó la casa y cayeron, escaleras abajo, hasta la calle, donde pudieron recibir tras muchos años, la luz y el aire... y el abrazo espontáneo de los niños que jugaban en la acera. Juan los vio jugar, correr, reír... y supo que era su infancia la que iba calle abajo corriendo en brazos de desconocidos.

Comenzó a sentir de golpe todo el tiempo que había querido evitar y se sintió pesado. Lentamente, la nana fue bajando en intensidad, fue desdibujándose en un silencio oscuro. Quedó solo, con los últimos ecos de la música resonándole en su cabeza. Miró a su alrededor, buscó alguna presencia, alguien que le explicara qué le sucedía, pero no encontró a nadie. Buscó un lugar donde mirarse y preguntarse a sí mismo, pero no habían espejos en la casa que reflejaran su desesperación. Se asomó a la ventana y vio la luz que no era capaz de atravesar el muro de soledades en que vivía. Y supo que su juventud había quedado allí esperándole todo el tiempo.

Juan se levantó enormemente cansado. Había soñado mucho. Tenía esa sensación que a veces le quedaba, cuando tenía sueños pesados. Como cuando soñaba que le perseguían, y se levantaba sudando y dolorido, como si la huida soñada hubiese sido real. En la semipenumbra de la habitación, se sorprendió al ver la puerta de los juguetes abierta... y la habitación vacía. Decidió bajar al estanco, a comprar un cepillo de dientes nuevo. Anduvo la distancia que le separaba de la puerta a tientas. ¡Estaba todo tan oscuro! ¿Cuánto habría dormido para ser ya tan de noche?. Abrió la puerta y salió a la calle. Aún dolorido y tembloroso, comprobó que afuera era de día, que hacía sol y que era una tarde hermosa. Desconcertado anduvo calle abajo, hasta llegar al lugar donde todos los días compraba su cepillo de dientes, al estanco de Margarita, la única persona con la que mantenía un trato regular desde hacía ya muchos años. Se sorprendió al encontrarla desmejorada, algo cansada y... ¡vieja!. El la recordaba como una chica cercana a los treinta, aun joven y atractiva, algo llenita pero muy hermosa. Debían tener más o menos la misma edad. Ella lo miró con un cierto aire de condescendencia, con una sonrisa franca y tierna. Juan quiso hablar y su voz surgió débil y temblorosa. Calló. Margarita se revolvió en su estanco, y empezó a buscar algo. Al poco, apareció de nuevo con un objeto entre sus manos, que le ofreció. Juan lo cogió y lo miró. Era un espejo y en él, reflejado, un anciano que se le asemejaba al último reflejo que vio de sí mismo hace... Y supo que en cada espejo que ocultó, había quedado atrapada su vida. Miró de nuevo a Margarita y la vio sonreír.

lunes, 5 de enero de 2009

Cuando cierro los ojos


Cuando cierro los ojos
escucho el fragor lejano de la batalla
y me llegan aromas terribles
como a savia quemada,
como árboles caídos en la tierra
y olvidados en las dunas calientes
de los desiertos,
como a carne olvidada en los pudrideros
que no reciben ya nunca
la visita de la memoria.
Me acechan los quejidos de los niños,
las bocas abiertas
y las miradas fijas
en el tránsito cercano hacia la muerte.
Los huesos adivinados
y la piel que solo guarda el esqueleto;
los ojos, grandes aún,
de niño, de la inocencia dormida
en la cuna del hambre,
sólo esperando el juego final
en el filo terrible de la madre seca.
Cuando cierro los ojos
escucho estruendos, golpes, bombas
cayendo en la conciencia del silencio.
No sé cómo decirlo
porque no sé qué palabras
serán capaces de aguantar
lo que se ha visto...
Pero es necesario decirlo,
que no hay perdón para quien ordena la muerte,
que no habrá silencio,
que no habrá disculpa
ni justificación al ataque,
ni aún por otro ataque,
ni aún por el posible ataque...
Nunca será vencida la palabra.
Nunca la voz será acallada.

domingo, 4 de enero de 2009

De nuevo, el dios Sol.

Hablando de lo terreno y de lo divino, esta tarde me he encontrado con esta estampa. Una cascada de luz rebosando las cumbres de mi isla. La tierra surgiendo entre una cortina de luz y de nubes. La roca, testigo fiel del fuego generador de vida y de espacios, aguantando el ímpetu arrollador del tiempo. La majestuosa aparición, en unos pocos segundos, del rayo de luz que nos ofrece la vida. El momento en que se hace visible y marca el espacio recorrido, con líneas que dulcifican los contornos del horizonte... Es entonces cuando uno entiende la fascinación que tiene, para todas las criaturas de la Tierra, el Sol. Fué dios, para todos los pueblos de la Tierra. Tal vez el que realmente ha sido el Dios único y verdadero. En el que todos, alguna vez, nos hemos recogido. ¿Te acuerdas cómo nos representaban siempre al Dios católico en los libros de Religión?... Un triángulo, un ojo que emite rayos, un ojo que todo lo ve... EL Sol.
El lugar: Valsequillo, en Gran Canaria, una tarde del 4 de Enero de 2009. De nuevo, la madre Tierra y el dios Sol juegan a escribir en el aire, a dibujar velos dorados y teñir las nubes de mil colores.

El besapiés

La liturgia es un lugar común que recorre espacios donde los participantes se reconocen. Es un espacio estudiado, medido, controlado y, sobre todo, repetido. Porque a fuerza de repetirse es como se llega a consolidar, a tomar el carácter de inmutable y, por lo tanto, sagrado. En este espacio, tienen mucha importancia las imágenes, las representaciones del credo, la materialización del ideal común. Porque nosotros, como seres materiales que somos, necesitamos tocar, necesitamos ver, necesitamos escuchar para apoyar y encauzar nuestros sentimientos. Sentirnos parte de una liturgia, participar en ella, tomar un cierto protagonismo, es la manera de involucrarnos y de reconocernos como miembros del grupo. Aunque sea en secuencias bien definidas y estudiadas por la jerarquía, como meros figurantes de una obra pensada y diseñada por otros. Es curioso como la participación, en las liturgias religiosas, se reduce hasta convertirse en una mera representación.
Estas Navidades se repite una de esas liturgias, el besapiés. Los fieles hacen cola para besar el pie de una figura del niño Jesús, sostenida en brazos por el sacerdote, que limpia cuidadosamente el lugar donde cada uno implanta el ósculo, no sabemos si por evitar contagios o por eliminar de la sagrada figura, cualquier atisbo de impureza terrenal... o por ambas cosas. Sentir que el beso dado a la figurita, es un beso real al Jesús muerto ahora hace 2.000 años, al Jesús resucitado y, por ende, al mismo Dios, es el trasfondo de esta representación. Es el juego de los mayores, la manera que tenemos de mantener nuestra imaginación activa, la transfiguración que conseguimos en un momento de sentir una realidad distinta, a través de un suceso pactado, repetido, representado. Transformamos una imagen de madera, en su representación, hacemos que ese niño, sea en realidad el Dios en quien acomodamos nuestras esperanzas y nuestra religiosidad, le damos vida, le damos alma, le damos la divinidad que muchas veces nos negamos a nosotros mismos. Y al mundo que nos rodea.

viernes, 2 de enero de 2009

Nos han robado la noche

Era de noche.
Cuando la noche era noche,
y el sonido cambiaba de carril
y llegaba más lento, y más puro.
Cuando la luz hacía sombras de plata
y las voces
palpitaban en susurros.
Entonces aprendimos a recorrer las siluetas
y a ver los rostros perdidos
en halos de sombras,
a mirar a los ojos perdidos
y a escuchar
cada resto olvidado de las palabras perdidas.
Tú eras diferente
porque la noche te envolvía
y recorría nuevos horizontes
sentidos en la nueva perspectiva.
Tú eras la noche
y con ella jugabas a esconder
los gestos y los olvidos,
y yo a adivinar tus intenciones.
Era de noche
y no llegaba a penas un ramillete
tierno de luces a mis ojos,
que te anhelaban como niños
abriéndose tanto más
cuanto mayor era la oscuridad,
sin entender cómo estando tan cerca,
cómo sintiendo tu aliento entre mis labios,
aún no me era dado el poder verte.
Era la noche, la que me quitaba tu presencia,
la que me ofrecía tus secretos,
la que me regalaba tus contornos.

jueves, 1 de enero de 2009

Creía que estaba solo

Creía que estaba solo
y solo recordé aquella vez
que le hablé al tiempo,
tenía algunos años menos
y un puñado más de incertidumbres.
Hablé una noche a la oscuridad,
le dije lo que pensaba, mis secretos.
Le conté que quería ser
como un gorrión... veloz, seguro de sí,
pequeño, de corazón fuerte.
Fué una noche de tantas
y le hablé de tantas cosas.
¡Al futuro - le dije -
al futuro llegará, y me escucharé
decir lo que ahora le cuento!.
Creía que estaba solo, hasta que oí un murmullo.
Me llegaba de lejos, como de otro tiempo,
con una voz como la mía...¡más joven!.
Pienso que la voz no se extingue,
las palabras quedan y solo
hay que volver al mismo sitio,
aunque sea en otro tiempo...
allí está el mensaje, el de siempre,
esperando volver a verte.