viernes, 27 de noviembre de 2009

Dioses de allá afuera


Cada vez me amarga más este silencio
que no me deja, que se aloja en mis oidos
y me envuelve en un desierto
sólido de palabras huecas.
Ya no es sol el sol, sino una estrella
donde ocurren ingentes reacciones nucleares,
un cuerpo celeste medido,
con un tiempo estimado
y una vida predecida.
Ya no es tormenta la tormenta, ni el trueno
la voz terrible de los cielos
que viene a caer sobre nuestras cabezas...
es viento,
intercambios gaseosos promovidos
por diferencias de presión y temperatura,
física terrible que despeja
cualquier licencia de nuestros sentidos.
Y aunque esto nos dicen los científicos,
a veces miro el sol
y veo el milagro diario
al que divinizaron mis antepasados
y la tormenta me asombra
hasta el punto de ver
al cielo hundido y derrotado,
gritando de dolor por la ignorancia
de los hombres que creen
que un par de años basta
para ser inmortales para siempre.

Otra mirada y vuelve el misterio,
la verdad de sentirse parte y no todo,
de verse átomo, de sentirse célula
que forma parte del universo.

Quizás vuelva después de haber acabado, tendido sobre la hierba,
y recoja en silencio el libro que la brisa hojea,
levante la vista y las estrellas, con el frío de la noche,
me hagan entonces un guiño tililante,
para creer que hay más dioses allá afuera
de los que quieren hacerme creer aquí abajo.

Y los estaré esperando nuevamente.

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