Recuerdo cuando me regalaron mi primera cámara reflex. Una Pentax analógica, por supuesto, porque en aquel tiempo lo "digital" sólo tenía que ver con los dedos. En aquel entonces, hacer fotografía, era todo un misterio. Salías un día con tu cámara de fotos, buscabas cuidadosamente los motivos que querías fotografiar, seleccionabas el mejor encuadre, ajustabas diafragma y velocidad teniendo en cuenta la luz, la profundidad de campo, el enfoque... Cuando ya todo estaba medido, cogías aire, agarrabas con firmeza la cámara con el fin de evitar el más mínimo movimiento, contenías la respiración y disparabas. Eran disparos de luz, capturadores del instante que quedaba guardado en el interior de tu cámara. A partir de entonces, sólo quedaba esperar. Sí, había que esperar el revelado, el momento mágico en que los líquidos conseguían sacar de un papel blanco, la imagen que habías buscado, seleccionado, encuadrado, medido y capturado.
Salías al mundo con tu carrete de veinticuatro fotografías, a veces de treinta y seis. No valía cualquier foto. No valía disparar a lo primero que se nos ponía por delante. No valía repetir y repetir siempre las mismas tomas.
Sí, es verdad, ahora es mucho más sencillo, más inmediato. Tienes el resultado al momento, puedes seleccionar de todas las que haces, la mejor. Ya no hay que esperar a ver cómo ha salido, Si se quemó, si se desenfocó o si el encuadre no fue lo suficientemente bueno y sugerente. Ahora miras, disparas y ves. Ya no queda la intriga. La espera. Cosas del progreso.
Se acabó la magia, amigo Toni.
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