lunes, 5 de enero de 2009

Cuando cierro los ojos


Cuando cierro los ojos
escucho el fragor lejano de la batalla
y me llegan aromas terribles
como a savia quemada,
como árboles caídos en la tierra
y olvidados en las dunas calientes
de los desiertos,
como a carne olvidada en los pudrideros
que no reciben ya nunca
la visita de la memoria.
Me acechan los quejidos de los niños,
las bocas abiertas
y las miradas fijas
en el tránsito cercano hacia la muerte.
Los huesos adivinados
y la piel que solo guarda el esqueleto;
los ojos, grandes aún,
de niño, de la inocencia dormida
en la cuna del hambre,
sólo esperando el juego final
en el filo terrible de la madre seca.
Cuando cierro los ojos
escucho estruendos, golpes, bombas
cayendo en la conciencia del silencio.
No sé cómo decirlo
porque no sé qué palabras
serán capaces de aguantar
lo que se ha visto...
Pero es necesario decirlo,
que no hay perdón para quien ordena la muerte,
que no habrá silencio,
que no habrá disculpa
ni justificación al ataque,
ni aún por otro ataque,
ni aún por el posible ataque...
Nunca será vencida la palabra.
Nunca la voz será acallada.

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