Los reflejos juegan a volverme zurdo. A no darme nunca la espalda, a no ser ni más lento ni más rápido que yo, a seguirme la mirada, siempre de frente, y a reirse un poco de las palabras.
El espejo juega a ser yo. A veces soy yo el que juego a ser espejo y lo desconcierto. Lo noto raro, como si se abombara o se estilizara. Me escudriña, me mira abajo y arriba. Pero no dice nada. Me canso y me voy.
Otras veces me juega una mala pasada y me cambia. Me dibuja alguna nueva cana y ya tengo que llevármela puesta. Creo que se cansa de pintarme siempre igual y saca a relucir su carácter más artístico. Son cambios imperceptibles. Se alía con el tiempo y juegan conmigo.