martes, 7 de septiembre de 2010

Los pantalones de mi padre

Sigo creciendo, más bien, sigo "añando", cumpliendo el tiempo que me queda y no por eso dejo de sentir a veces el viejo desasosiego ante las situaciones nuevas. Sigo pareciéndome al niño que se escondía tras las perneras de los pantalones de mi padre. Agarrado a los pliegues rectos del tergal, media cara tapada, oculta en el resguardo cierto del padre. La otra media, acechando. Con la sensación de un corazón palpitante en el pecho infantil y en los ojos, el temor a lo que se encuentra más allá del contacto tranquilizador de mi padre. La sensación del vacío frente a mí, del mundo abierto, de no encontrar el sitio donde descansar seguro, sin miradas que turben el lugar donde me encuentro. A veces, cuando camino tranquilo por las calles de mi ciudad, me parece que me observan, que me esperan, que quieren que dé el siguiente paso, antes incluso de yo haberlo siquiera pensado. Todos se paran y me observan. La ciudad se detiene. Yo me escondo. Quiero cerrar los ojos y volver, dejarme ir a los regazos que me alzaron y me dieron toda la seguridad que ahora echo de menos. Hay días en que vuelvo a la infancia que nunca perdemos, tan solo callamos. Sólo que ahora ya no están los pantalones tras los que me escondía, las perneras a la que mis manos se aferraron con fuerza, para defenderse de la vida.

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