viernes, 27 de noviembre de 2009

Dioses de allá afuera


Cada vez me amarga más este silencio
que no me deja, que se aloja en mis oidos
y me envuelve en un desierto
sólido de palabras huecas.
Ya no es sol el sol, sino una estrella
donde ocurren ingentes reacciones nucleares,
un cuerpo celeste medido,
con un tiempo estimado
y una vida predecida.
Ya no es tormenta la tormenta, ni el trueno
la voz terrible de los cielos
que viene a caer sobre nuestras cabezas...
es viento,
intercambios gaseosos promovidos
por diferencias de presión y temperatura,
física terrible que despeja
cualquier licencia de nuestros sentidos.
Y aunque esto nos dicen los científicos,
a veces miro el sol
y veo el milagro diario
al que divinizaron mis antepasados
y la tormenta me asombra
hasta el punto de ver
al cielo hundido y derrotado,
gritando de dolor por la ignorancia
de los hombres que creen
que un par de años basta
para ser inmortales para siempre.

Otra mirada y vuelve el misterio,
la verdad de sentirse parte y no todo,
de verse átomo, de sentirse célula
que forma parte del universo.

Quizás vuelva después de haber acabado, tendido sobre la hierba,
y recoja en silencio el libro que la brisa hojea,
levante la vista y las estrellas, con el frío de la noche,
me hagan entonces un guiño tililante,
para creer que hay más dioses allá afuera
de los que quieren hacerme creer aquí abajo.

Y los estaré esperando nuevamente.

martes, 24 de noviembre de 2009

Fronteras


Justo al borde entre el mar y la tierra, frontera de isla, de azul y tierra, una línea divide dos mundos, una linea que llega y se va, aparece y desaparece, pero siempre está. Frontera de vuelos, de oxígeno, de aire, de sal. Frontera de pieles y escamas, de pulmones y branquias, de pies y de aletas. Frontera que no divide, que une mundos, que invita, que traspasa y que te llama. La miras, la ves llegar, la traspasas y te vuelves.  La cruzas  mil veces y mil veces te devuelve. Siempre que no existan las palabras. 

Otras fronteras no invitan, no son el punto de unión, no requieren presencias. Son límites, vacíos, separaciones, espaldas, muros. Las palabras cambian de sonidos al borde mismo de la línea, de sonido y significado. Hacen falta documentos para traspasarlas, papeles con un sello que dicen quien eres, pasaportes los llaman. Y surgen las palabras, las que te dejan ir pero no volver, las que te acusan de pronunciar otras palabras, las que te defienden por haber pronunciado las palabras de las que te acusan, las que dicen la verdad de este lado y enfurecen a los del otro lado, las que saltan todas las fronteras y se convierten entonces en un "peligro" que revolotea por las conciencias de los que se encuentran encerrados, y en las de los que creen estar libres. Y las palabras derriban fronteras, y las burlan  y las sortean y juegan con ellas como niñas traviesas en el borde mismo del mar y la arena.

Pero... ¿y si la frontera se vuelve terca?, ¿y si de repente cambia, fluye como la del mar?, ¿y si un día alguien dice: ¡No!, no es esta tu casa, ni tu tierra, ni tu patio?

Alguien dijo un día: ¡Hasta aquí podrás llegar, no más acá!, y colocó la primera línea que dividió la tierra. Líneas que tienen vida propia, que cambian, que desaparecen y vuelven a aparecer un poco más allá. Líneas que alguien borra, que otros dibujan, que muchos custodian y algunos, se saltan. Hemos parcelado el planeta. Pero nos hemos dejado algunos fuera de cualquier sitio. ¿Dónde dormirá Aminattou, que sienta estar en su casa?.



lunes, 16 de noviembre de 2009

Silencios en sepia


Algunas veces, el paisaje se vuelve sepia. Se diluyen los colores, se vuelven a la luz que los repartió en su momento. No son las fotografías las que se añejan. Es el momento. El lugar. Como esta mañana, cuando de repente el pasado volcó su cargamento sobre mis ojos, mis oídos y mi conciencia. La conversación pausada con Manolo, hablar por hablar, por llenar el hueco, por acariciar un poco la estancia con algo más que el silencio, o el viento soplando entre las rendijas. ¡El silencio!. ¡Qué bien más preciado se ha perdido!. La tarde empezaba cuando nos despedíamos, llegaba con el halo plomizo de un tiempo impropio del otoño que nos cobija. Tarde de calor, de tierra seca y aroma a hierba seca, a grano y polvo, a caminos solitarios. Fue un instante de ayer, de cuando se andaban las veredas para salir de la casa y llegar a la labranza. De cuando el paso por los caminos iba siempre acompañado por el claro crujir de las alpargatas en la tierra, o por el rápido zigzagueo de los lagartos bajo las aulagas o los cardones. De cuando al hombre siempre le acompañaba su pensamiento, y con él, el sonido de los otros que nos han acompañado siempre: el cernícalo, el alcaudón, la lagartija, la brisa... El silencio.

domingo, 15 de noviembre de 2009

El abejorro


No era una mariposa como la de la foto. No lo era. Una grácil y ligera mariposa, con sus encantos de hada, con sus alas multicolores, y la fascinación prendida en los vaivenes indecisos de su vuelo. Era un abejorro negro, un abejorro grande y orondo, con unas alas pequeñas, tan pequeñas para su generoso cuerpo, que debía batir con mucha fuerza para conseguir vencer la dictadura gravitatoria de la Tierra. Llegó torpe, como pidiendo perdón. Los abejorros siempre se anuncian al llegar. Te rodean con un zumbido que más que zumbido, pareciera un recitativo, la monodia indescifrable de una plegaria, o el monótono quejido de un cello, o de un contrabajo olvidado y sin orquesta. Llegó, pero no pudo con el juego de los niños, que quieren coger aquello que les entra por los ojos. Cayó medio muerto al suelo, interrumpiendo definitivamente el sonido de sus alas batiendo el aire. Los niños se adueñaron entonces de su existencia, la tomaron para sí, sin miramientos, como ellos son, como actúan siempre. Lo observaron, lo tocaron, lo aprehendieron, lo asimilaron cada uno desde su particular punto de vista. Entre todos, uno habló:

- ¡Todavía está vivo!

Y mientras lo decía, yo observaba cómo las alas perdían su último grado de tensión, y vencía del todo la gravedad terrestre. Aún lo continuaron observando un tiempo. Cuando dejó de moverse, otro niño se acercó y dijo:

- ¡Sí, es verdad, todavía está muerto!

Quisiera creer que la inocencia fuera verdad, que las palabras tornan fórmulas mágicas en bocas de inocentes, que los niños,  como igual que quitan dan, lo mismo hacen sin darse cuenta con sus frases equívocas para el mundo de los adultos. ¿Y si no están equivocados?, ¿y si es así; si es cierto?, ¿y si es posible unir esas tres palabras - todavía está muerto - y que puedan ser realidad?. 

¡Todavía está muerto!, ¡todavía está muerto!. Quedé pensando, sumido en la sencillez de tres palabras, tres palabras que nunca antes habían estado juntas, que se unieron de repente en la boca tierna , llena de vida, de un niño, y que fueron lanzadas al aire sin más, sin intención, sin miramientos ni sentidos torcidos o intenciones... para formar una frase imposible...¿o no?

Tomé la mano del niño, para que volviera a jugar con otros niños, y al volver la mirada...

viernes, 6 de noviembre de 2009

La memoria


La memoria es espiga y sol,
campos de trigo y avena, prados que reparten luz
antes si quiera de ofrecer el alimento.
Es instante de fuego azul
y un canto perdido entre el cielo,
las nubes, las sombras de la tarde, del sur
cansado y del poniente su fragor.

Vuelan, se diluyen las palabras
en trazos indecisos, perdidos
tras una infancia ajena a los dedos temblorosos.
Signos que danzan en el frío,
manos, dedos inciertos, ausentes, solos.
Ya no brotan de ellos puentes, árboles, ríos,
campos de avena y trigo, ocasos ni mañanas.

Es el espejo sucio de la estancia,
la ventana atorada, la puerta equivocada, el baúl
olvidado y ajado, con su cerradura
corrompida de tiempo y orín, la pus
del tiempo, infecto, lívido, que supura
restos desgajados de la piel, el tragaluz
de los días, de todos los días y todas las madrugadas.

Y acaba por ser el pozo
excavado en la pupila que ya no mira.
La mirada que te excruta, que te busca,
que te observa de soslayo, te evita,
y vuelve a encontrar la luna
y no te reconoce, y se aleja y ya no te adivina,
y deja de ser el padre..., ¡que ya no tiene ojos!.